A solas, dialoga el hombre
con su sombra. En silencio,
se entregan a conversar
de sus cosas secretas. En
el Libro Indescifrable
han leído las señales
del tiempo. Por muy larga
que sea la vida, saben
de antemano que ella sólo
es un retraso de la muerte.
Y de fijo lo saben.
Pasa y pasa la vertiginosa
fugacidad de los días
y por más que nos ocultemos
en las pétreas tinieblas
ella nos delata. Polvo
que se cierne
sobre los misteriosos oquedales,
nos juzgaba un poeta.
Somos eso. Nuestras cenizas
vuelan en el viento. Nunca
nos podemos bañar dos veces
en las aguas de ese mismo río.
Su corriente es temeraria.
Somos y no somos los mismos.
Se muere porque se vive. No
se sabe de ser alguno
que pasara por la vida
sin llegar a morirse,
como tampoco de seres muertos
que no hubiesen existido.
No hay sobrevivientes.
Están contados nuestros pasos
y se arrastran como reptiles
por el suelo. Las trompetas
del juicio jamás dejan de sonar
en nuestros sueños. Nadie
ha podido morirse antes
ni después de su hora. Se agita
en la clepsidra la tormenta.
Siempre es así.
Francisco Pérez Perdomo (poema extraído del libro La casa de la noche publicado en el año 2001)
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